jueves, 9 de junio de 2011

La fascinación oaxaqueña por Beirut ¿o viceversa?

Por El Velvet de Cierto Pelo

MIÉRCOLES 26 DE AGOSTO DE 2009

Que de repente suene una banda de vientos con la voz de un cantante gringo es de respetarse. ¿Qué está pasando? ¿Se trata de otra apropiación de las músicas del Istmo por alguién ajeno a la cultura, las tradiciones, el idioma y demás? ¿Se trata de saqueo cultural? 
No nos parece importar. La música del istmo llevada a otras voces, a otros ámbitos. Los sones del istmo, el zapoteco cantado, las baladas de Chuy Rasgado, de Andrés Henestroza, de Alvaro Carrillo, la banda de alientos del sur del país, la marimba, las percursiones, los fandangos. Todo llevado al escaparate que "las músicas del mundo" le han dado. Y qué bien.
Estamos orgullosos de ello. Por favor, divulguen nuestra cultura musical al mundo.


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Estoy sentado en medio del tráfico. Una canción suena al lado de mi coche: alguien escucha en el auto vecino "Elephant Gun" de Beirut. Me sorprendo y sonrío para mí mismo. No me siento con la humildad necesaria para reconocer que traje esa canción a mi negocio y de ahí salió para volverse famosa en la región.
Es extraño. Los jóvenes de Juchitán con cierta cultura musical (ergo, con cierta cultura) parecen asomarse a las músicas del mundo siempre y cuándo se perciba una originalidad acorde a lo que los juchitecos parecen respetar: valores, solidaridad, orgullo,huevos. Y Beirut parece reencarnarlos todos. Apelan a lo que la cultura siempre les ha dado. De lo que han mamado de la chichi de la mamá zapoteca. Se sienten orgullosos de su música, de sus tradiciones, de su comida, de su coraje. Los zapotecos sabemos algo de estar siempre jodidos. Pero contentos.
Y Beirut arremete con su música con un chingo de instrumentos de aliento, instrumentos raros, musicalidad prodigiosa. No importa que sea un gringo reinterpretando la chanson francesa o las músicas zíngaras. Esto es algo que no suena común y que, sin embargo, apela a las raíces.
Uno se siente transportado al pasado al oír a Beirut. Se siente, suena, se oye cómo a nuestro pasado musical. A lo que escuchaban nuestros papás, nuestros abuelos. Lo que ponen en bodas, bautizos, quinceaños (el nacimiento de algo). También a la muerte de algo: funerales, velorios, entierros, día de muertos. La música en el Istmo de Tehuantepec nos acompaña siempre y suena todo a vida misma. Beirut parece sonar a lo mismo.

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Era un paso natural que Beirut llegara a grabar a Teotitlán del Valle. Nos da coraje que no haya bajado hasta acá para grabar con la Banda Donají o con la Banda de los Robles pero me imagino que pensó que le iban a cerrar la carretera o algo así. Los istmeños somos liosos, por el amor de Dios.
Y ahí está. La conexión Beirut-Oaxaca era un eslabón natural en la cadena de adquisición cultural que hace este gringuete de 23 años. Pero qué huevotes. Y eso se admira.
Si al menos hubiera alguien que llevara desde aquí, el Istmo, la música genial de nuestro pequeño espacio planetario a los oídos de todo el mundo estaría chingón.
Aunque pensándolo bien, no importa tanto. La música, los bailes, los trajes, la comida es nuestra identidad. Y espero que nadie nos la robe. Es como el alma que se va poco a poquito con cada instantánea fotográfica.


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Lo que Beirut nos hace rememorar no es la maravilla musical que por sí mismo desarrolla. Nos hace recordar que nuestros papás tomaban cerveza fría escuchando algún son en una fiesta concurrida. Nos hace recordar que nuestras abuelas y vecinas escuchan a las doce de la tarde todos los días, "La Zandunga" en las radiodifusoras locales. Nos hace recordar que cuándo enterramos a nuestro abuelo o a nuestra abuela, una banda descerrajó luctuosas baladas que hacían estallar la lágrima del corazón. Nos hace recordar la boda de nuestra prima mayor que bailó sones con su Eterno Resplandor de Virgencita Coronada. Nos recuerda de nuestro primo que fue capitán de las regadas de mayo. Nos recuerda a las fiestas con papel de china picado. Los jicalpextles. La regada de frutas. El lavado de ollas. La iguana. Las velas. Las guayaberas.
El desmadre.
Beirut nos hace pensar en eso y más. Por eso sonrío al conductor del auto vecino que escucha su música con complicidad. No me contesta la sonrisa. No es ligue, le recomiendo mentalmente.
Él piensa que soy muxhe´. Lo soy, pero no ligo con Beirut. Aunque pensándolo bien, alguien que escuche a Beirut en esta parte del mundo, no puede estar mal, ni ser malo, ni mal amar.
Beirut es recuerdo de que la mejor parte de la vida está bajo nuestros pies. Es nuestra identidad. Lo que somos. Pobrecito de Beirut que busca en los balcanes, en las galias y en los zapotecas un poco de su identidad.

Podríamos regalarle montones de ella, si es que viniera y se emborrachara con nosotros escuchando música de viejos, ay mamá Llorona...

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